SÚPLICA ARDIENTE
SAN LUIS MARIA GRIGNON DE MONTFORT
SAN LUIS MARIA GRIGNON DE MONTFORT
1. Memento, Domine, Congregationis tuæ,
quam posedisti ab initio:
Acuérdate, Señor, de tu Congregación,
que poseíste desde el comienzo (Sal 74,2).
Tú la llevabas en la mente
y pensabas en ella desde la eternidad.
Tú la tenías en las manos,
cuando con tu palabra creaste el universo.
Tú la poseías en tu corazón cuando tu Hijo amado,
al morir en la cruz, la rociaba con su sangre,
la consagraba con su muerte
y la confiaba al cuidado de su Madre santísima.
2. Escucha, Señor, los designios de tu misericordia.
Suscita los hombres de tu diestra.
Aquellos que mostraste en visión profética
a algunos de tus mayores servidores,
como san Francisco de Paula, san Vicente Ferrer,
santa Catalina de Siena
y tantas otras grandes almas
del último siglo y aun del presente.
Súplica al Padre
3. Memento:
Pon en juego la omnipotencia de tu brazo
–no menguado– para sacarla a la luz
y llevarla a su perfección.
Renueva los prodigios, repite los portentos (BenS 36,6):
haz que sintamos la ayuda de tu brazo.
¡Oh Dios soberano, que de piedras toscas
puedes formar otros tantos hijos de Abrahán! (Ver Mt 3,9; Lc 3,8),
pronuncia como Dios una sola palabra para
enviar buenos obreros a tu mies (Lc 10,2)
y verdaderos ministros a tu Iglesia.
4. Memento: Dios de bondad
acuérdate de tus antiguas misericordias
y gracias a ellas, acuérdate de esta Congregación.
Acuérdate de las reiteradas promesas
que nos has hecho,
a través de tus profetas y de tu propio Hijo,
de escuchar nuestras justas peticiones.
Acuérdate de las plegarias
que te han hecho tus siervos y siervas
desde hace tantos siglos.
Que sus votos, sus sollozos,
sus lágrimas y su sangre derramada
lleguen hasta ti para implorar
poderosamente tu misericordia.
Pero, sobre todo, acuérdate de tu Hijo:
mira el rostro de tu Ungido (Sal 84,10).
Su agonía, su confusión y su queja amorosa
en el Huerto de los Olivos cuando dijo:
¿qué ganas con mi sangre? (Sal 30,10).
Su muerte cruel y la sangre que vertió
te imploran a gritos misericordia,
a fin de que, por medio de esta Congregación,
se establezca su imperio
sobre las ruinas del de sus enemigos.
5. Memento: Acuérdate, Señor, de esta Comunidad
en los efectos de tu justicia:
Es hora de que actúes, Señor;
han quebrantado tu voluntad (Sal 118,126).
¡Es hora de realizar tus promesas!
¡Tu ley divina es quebrantada!
¡Tu Evangelio, abandonado!
¡Torrentes de iniquidad inundan toda la tierra
y arrastran hasta a tus mismos servidores!
¡La tierra entera se halla desolada! (Jr 12,11).
¡La impiedad se asienta en el trono!
¡Tu santuario es profanado
y la abominación impera hasta en
el lugar santo! (Dn 9,27; Mt 24,15; Mc 13,14).
¿Lo dejarás todo así abandonado,
Señor de la justicia, Dios de las venganzas?
¿Vendrá a ser todo, en definitiva,
como Sodoma y Gomorra?
¿Permanecerás siempre callado?
¿Seguirás soportándolo todo?
¿No es preciso, acaso, que se haga tu voluntad
en la tierra como en el cielo y que venga tu reino?
¿No has mostrado de antemano
a algunos de tus amigos
una renovación futura de tu Iglesia?
¿No han de convertirse los judíos a la verdad?
¿No espera esto la Iglesia?
¿No te piden a gritos los santos del cielo:
“¡justicia!, ¡venganza!”? (Ap. 6, 10)
¿No te dicen todos los justos de la tierra:
¡Amén!; ven, Señor? (Ap 22,21).
Todas las criaturas, aun las más insensibles,
gimen bajo el peso de los innumerables
pecados de Babilonia
y piden tu venida para restaurarlo todo:
La creación entera gime... (Rom 8,22).
Súplica al Hijo
6. Señor Jesús: Memento Congregationis tuæ:
acuérdate de tu Congregación.
Acuérdate de dar a tu Madre una nueva Compañía,
para renovarlo todo por Ella
y llevar por Ella a plenitud los años de la gracia
como los has comenzado por Ella.
Da Matri tuæ liberos; alioquin moriar:
Da hijos y servidores a tu Madre,
que si no, me muero (Ver Gén 30,1).
Da Matri tuæ. Para tu Madre imploro:
Acuérdate de sus entrañas y de sus pechos,
y no me rechaces.
Recuerda de quién eres Hijo
y escucha mi plegaria.
Acuérdate de lo que Ella es para ti
y de lo que tú eres para Ella, y colma mis anhelos.
¿Qué te estoy pidiendo?
Nada en mi favor, todo para tu gloria.
¿Qué te estoy pidiendo?
Lo que tú puedes, incluso –me atrevo a decirlo–
lo que tú debes concederme
como Dios verdadero que eres,
a quien se ha dado todo poder
en el cielo y en la tierra (Ver Mt 28,18),
y como el mejor de todos los hijos,
que amas infinitamente a tu Madre.
7. ¿Qué te estoy pidiendo? Liberos:
sacerdotes libres con tu libertad,
desapegados de todo: sin padre, sin madre,
sin hermanos, sin hermanas,
sin parientes según la carne,
sin amigos según el mundo,
sin bienes, sin estorbos ni preocupaciones,
y hasta sin voluntad propia (Ver Mc 10,29; Lc 14,26).
8. Liberos: esclavos de tu amor y de tu voluntad,
hombres según tu corazón,
hombres que, sin voluntad propia
que los manche o los detenga,
cumplan tus designios
y arrollen a todos tus enemigos,
como otros tantos Davides,
con el báculo de la cruz
y la honda del santo Rosario
en las manos (Ver I Sam 17,43).
9. Liberos: Nubes levantadas de la tierra
y llenas de celestial rocío,
que vuelen sin obstáculos por todas partes
al soplo del Espíritu Santo.
A ellos, en parte, veían los profetas
cuando preguntaban:
¿Quiénes son estos que vuelan como nubes? (Is 60,8).
Iban a donde el Espíritu los empujaba (Ez 1,12).
10. Liberos: hombres siempre disponibles.
Siempre prontos a obedecerte,
a la voz de sus superiores, como Samuel:
¡Aquí estoy! (1Sam 3,16);
siempre prontos a correr y sufrirlo todo
contigo y por tu causa,
como los apóstoles: Vamos también nosotros
a morir con El (Jn 11,16).
11. Liberos: verdaderos hijos de María,
tu Madre santísima,
engendrados y concebidos por su amor,
llevados en su seno, pegados a sus pechos,
alimentados con su leche,
educados por su maternal solicitud,
sostenidos por su brazo
y enriquecidos con sus gracias.
12. Liberos: verdaderos servidores
de la santísima Virgen que,
como otros tantos Domingos,
vayan por todas partes,
con la antorcha brillante y encendida
del santo Evangelio en la boca
y el santo Rosario en la mano,
que ladren como perros,
quemen como brasas
e iluminen las tinieblas del mundo como soles;
y que, gracias a una auténtica devoción a María,
es decir, interior sin hipocresía,
exterior sin crítica, prudente sin ignorancia,
tierna sin indiferencia, constante sin altibajos
y santa sin presunción… (Ver VD 104-105; ASE 216-217) ,
aplasten dondequiera que vayan
la cabeza de la antigua serpiente,
a fin de que la maldición que tú le lanzaste
se cumpla en totalidad:
Pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu linaje y el suyo; él herirá tu cabeza (Gén 3,15).
13. Cierto es, Dios soberano,
que el demonio, como lo predijiste,
pondrá tremendas asechanzas
al calcañar de esta mujer misteriosa,
es decir, de esta pequeña compañía de hijos suyos,
que vendrán hacia el fin del mundo,
y que habrá terribles enemistades
entre esta bendita posteridad de María
y la raza maldita de Satanás.
Pero es una enemistad totalmente divina,
la única de que tú eres autor: pongo enemistad.
Pero estos combates y estas persecuciones
que los hijos de la raza de Belialdesencadenarán
contra la raza de tu santa Madre,
sólo servirán para hacer brillar más
el poder de tu gracia,
la fuerza de su virtud y la autoridad de tu Madre,
a quien encomendaste desde el principio
la misión de aplastar a aquel orgulloso
por la humildad de su corazón
y de su talón: Ella te aplastará la cabeza.
14. Alioquin moriar: Que si no, ¡me muero!
¿No es, acaso, preferible morir
que verte, Dios mío,
tan cruel e impunemente ofendido
y hallarme día a día en mayor peligro
de ser arrastrado por los torrentes
de iniquidad que siguen creciendo?
¡Mil muertes me serían más tolerables!
¡Envíame socorro desde el cielo o recoge mi vida!
Si no tuviera la esperanza de que tarde o temprano
escucharás a este pecador en interés de tu gloria
como has escuchado a tantos otros:
Si el afligido grita, el Señor lo escucha (Sal 34,7),
te pediría con un profeta en forma absoluta:
¡Quítame la vida! (1Re 19,4).
Pero la confianza que tengo en tu misericordia
me hace decir con otro profeta: No he de morir;
viviré para contar las hazañas del Señor (Sal 118,17).
Hasta que pueda exclamar con Simeón:
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto... (Lc 2,29-30).
Súplica al Espíritu Santo
15. Memento: Espíritu Santo, acuérdate
de producir y formar hijos e hijas de Dios
con María, tu divina y fiel Esposa.
Tú formaste con Ella y en Ella
la Cabeza de los predestinados.
Con Ella y en Ella debes formar también
a todos sus miembros.
Tú no engendras a ninguna Persona divina
dentro de la divinidad;
pero sólo tú formas a todas las personas divinas
fuera de la divinidad;
y todos los santos que ha habido
y habrá hasta el fin del mundo
son otras tantas obras de tu amor unido a María.
16. El reino especial de Dios Padre
duró hasta el diluvio
y terminó en un diluvio de agua.
El reino de Jesucristo
culminó en un diluvio de sangre.
Pero tu reino, Espíritu del Padre y del Hijo,
continúa actualmente y terminará
en un diluvio de fuego, de amor y de justicia.
17. ¿Cuándo vendrá ese diluvio de fuego,
del amor puro,
que tú debes encender en toda la tierra,
de manera tan dulce y vehemente,
que todas las naciones
─los turcos, los idólatras, los mismos judíos─
se inflamarán en él y se convertirán?
Nada se libra de su calor (Sal 19,7c).
Que se encienda ese fuego divino,
que Jesucristo vino a traer a la tierra (Ver Lc 12,49),
antes de que tú enciendas el de tu cólera,
que reducirá toda la tierra a cenizas:
Envía tu Espíritu y serán creadas las cosas
y repoblada la faz de la tierra (Sal 104,30).
Sí, envía a la tierra tu Espíritu, que es todo fuego,
para crear en ella sacerdotes totalmente de fuego,
por cuyo ministerio
quede renovada la faz de la tierra
y tu Iglesia sea reformada.
18. Acuérdate de tu Congregación:
es una Congregación,
una asamblea, una selección,
un grupo escogido de predestinados
que debes formar en el mundo
y de en medio de él:
Yo los elegí de en medio del mundo (Jn 15,19).
Es un rebaño de corderos pacíficos
que debes reunir
en medio de tantos lobos (Ver Lc 10,3);
una compañía de castas palomas
y águilas reales en medio de tantos cuervos;
un enjambre de abejas en medio de tantos zánganos;
una manada de ágiles ciervos
en medio de tantas tortugas;
un escuadrón de leones valerosos
en medio de tantas liebres tímidas.
¡Oh Señor, reúnenos de entre las gentes! (Sal 106,47).
Congréganos, reúnenos para que se dé gloria
a tu nombre santo y poderoso.
La Compañía de María
19. Tú anunciaste esta ilustre Compañía
a tu profeta, que habla de ella
en términos muy oscuros y misteriosos,
pero totalmente divinos:
Derramaste en tu heredad, oh Dios,
una lluvia copiosa;
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
«Los reyes, los ejércitos van huyendo,
van huyendo; las mujeres reparten el botín.
Mientras reposabais en los apriscos,
las alas de paloma se cubrieron de plata,
el oro destellaba en su plumaje.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío.»
Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor? (Sal 68,10-17).
20. ¿Cuál es, Señor, esa lluvia copiosa
que has preparado y escogido
para tu heredad debilitada?
─Son esos santos misioneros,
hijos de María, tu Esposa,
que debes reunir y separar del común de las gentes
para bien de tu Iglesia
tan debilitada y manchada
por los crímenes de sus hijos.
21. ¿Quiénes son esos animales
y esos pobres que morarán en tu heredad
y serán alimentados en ella
con la dulzura divina que tú les has preparado?
─Son esos pobres misioneros
abandonados a la Providencia,
que rebosarán de tus delicias divinas:
son aquellos animales misteriosos
de Ezequiel (Ver Ez 1,5-14),
que tendrán la humanidad del hombre
por su caridad desinteresada
y bienhechora para con el prójimo;
la valentía del león por su santa cólera
y su celo ardoroso y prudente
contra los demonios, hijos de Babilonia;
la fuerza del buey por sus trabajos apostólicos
y su mortificación corporal;
y, en fin, la agilidad del águila,
por su contemplación en Dios.
Sí, tales serán los misioneros
que tú quieres enviar a tu Iglesia:
tendrán ojos de hombre para con el prójimo,
ojos de león contra tus enemigos,
ojos de buey contra sí mismos y
ojos de águila para ti.
22. Siendo imitadores de los apóstoles,
predicarán con fuerza y poder
tan grandes y ostensibles,
que convertirán las almas y los corazones
en los lugares en donde prediquen.
A ellos les darás tu palabra,
tu misma boca y sabiduría,
a las que ninguno de sus enemigos
podrá resistir (Lc 21,15).
23. Entre esos predilectos,
tú como rey de las virtudes de Jesucristo,
el Predilecto, hallarás tus complacencias,
pues ellos no tendrán en sus misiones
otra finalidad que la de darte la gloria
de los despojos que arrebatarán a sus enemigos.
24. Por su abandono a la Providencia
y su devoción a María,
tendrán las alas plateadas de la paloma:
es decir,
la pureza de la doctrina y de las costumbres;
y su espalda dorada:
es decir, una perfecta caridad con el prójimo
y un inmenso amor a Jesucristo
para cargar con su cruz.
25. Tú solo, como Rey de los cielos y de los reyes,
separarás del común de las gentes
a esos misioneros como a otros tantos reyes
para volverlos más blancos que la nieve
sobre el Monte Umbrío, monte de Dios,
monte abundante y fértil, monte fuerte y macizo,
monte en el que Dios se complace
y en el que habita y habitará hasta el fin.
¿Quién es, Señor, Dios de verdad,
ese monte misterioso del que nos dices tantas maravillas?
Es María, tu querida Esposa,
cuyos cimientos has colocado
sobre las cumbres de las más altas montañas. (Is 2,2).
Dichosos una y mil veces los sacerdotes,
que de manera especial
has escogido y predestinado para morar contigo
en este monte abundante y divino (Ver Sal 87,1),
a fin de que se conviertan en reyes
de la eternidad por su desprecio de la tierra
y su elevación en Dios;
a fin de que se hagan más blancos que la nieve
por su unión con María, tu Esposa,
toda hermosa, toda pura y toda inmaculada;
a fin de que se enriquezcan allí
del rocío del cielo y la fertilidad de la tierra (Gén 27,28),
de todas las bendiciones temporales y eternas
de que María está llena.
Desde lo alto de este monte, como otros Moisés,
lanzarán, por sus ardientes plegarias, dardos
contra sus enemigos para abatirlos o convertirlos (Ex 17,8-13).
En este monte aprenderán
de la boca misma de Jesucristo,
que siempre mora allí, la inteligencia
de sus ocho bienaventuranzas.
En este monte de Dios
serán transfigurados con Él como en el Tabor,
morirán con Él como en el Calvario,
y con Él subirán al cielo
como desde el monte de los Olivos.
CONCLUSIÓN
26. Memento Congregationis tuæ
(Acuérdate de tu Congregación.)
Es tuya. A ti solo toca formar,
por tu gracia, esta asamblea.
Si el hombre pone en ello
el primero la mano, nada se hará;
y si mezcla de lo suyo contigo,
lo echará a perder todo y lo trastornará todo.
Es tu Congregación: sí, es tu obra, Dios soberano.
Realiza tus designios totalmente divinos:
junta, llama, reúne de todos los lugares de tus dominios
a tus elegidos para formar con ellos
un cuerpo de ejército contra tus enemigos.
27. Mira, Señor, Dios de los ejércitos:
los capitanes que forman compañías completas,
los potentados que organizan ejércitos numerosos,
los navegantes que arman flotas enteras,
los mercaderes que se congregan en gran número
en ferias y mercados.
¡Cuántos ladrones, impíos,
borrachos y libertinos se reúnen
en tropel contra ti todos los días,
con tanta facilidad y presteza!
Un silbido, un redoble de tambor,
una espada embotada que muestren,
una rama seca de laurel que prometan,
un trozo de tierra roja o blanca que ofrezcan...
en tres palabras: un humo de honra,
un interés de nada, un miserable placer de bestias
que salte a la vista,
reúne en un instante ladrones,
agrupa soldados, junta batallones,
congrega mercaderes, colma casas y mercados
y cubre tierras y mares
de muchedumbres innumerables de réprobos que,
aunque divididos los unos de los otros
por las distancias de los lugares,
las diferencias de temperamento, o su propio interés,
se unen, no obstante, hasta la muerte
para hacerte la guerra bajo el estandarte
y dirección del demonio.
28. Y por ti, Dios soberano,
aunque en servirte hay tanta gloria,
dulzura y provecho,
¿casi nadie se alistará a tu favor?
¿Casi ningún soldado se alineará bajo tus banderas?
¿Casi ningún san Miguel
gritará de en medio de sus hermanos,
con el celo de tu gloria:
¿quién como Dios?
¡Ah! Permíteme salir gritando por todas partes:
¡Fuego, fuego, fuego! ¡Socorro, socorro, socorro!
¡Fuego en la casa de Dios!
¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el santuario!
¡Socorro que asesinan a nuestros hermanos!
¡Socorro que degüellan a nuestros hijos!
¡Socorro que apuñalan a nuestro padre!
29. ¡El que sea del Señor, júntese conmigo! (Ex 32,26).
Que todos los buenos sacerdotes,
esparcidos por el mundo cristiano,
estén actualmente combatiendo
o se hayan retirado ya de la pelea
a los desiertos y soledades;
que todos esos buenos sacerdotes
vengan y se junten con nosotros,
¡la unión hace la fuerza!,
para que formemos bajo el estandarte de la cruz,
un ejército bien ordenado en batalla
y bien resuelto para atacar de concierto
a los enemigos de Dios, que ya han tocado alarma:
resonaron, rechinaron los dientes, bramaron,
se multiplicaron (Sal 35,14; 69,1).
Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo;
el que habita en el cielo sonríe;
el Señor se burla de ellos (Sal 2,3-4).
30. ¡Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos!
¡Despierta! ¿Por qué estás dormido,
Señor? ¡Desperézate! (Sal 68,1; 44,24).
Levántate, Señor, en tu omnipotencia,
tu misericordia y tu justicia,
para formar una Compañía escogida
de guardias personales que custodien tu casa,
defiendan tu gloria y salven tus almas,
a fin de que no haya sino
un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16)
y que todos te rindan gloria en tu templo (Ver Sal 29,9).
Amén.
¡DIOS SÓLO!
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